jueves, 11 de enero de 2007

Los niños con anillas

Borges escribe que con los libros famosos la primera vez ya es segunda, puesto que los abordamos sabiéndolos. Y no deja de ser verdad por ser una frase muy hermosa. Por otra parte, hace unos días cercanos aún, conversando con una estudiante de humanidades me dijo, que era bastante inútil leer lo que habían hecho y dicho Cicerón y Escipión, porque a pesar de ser muy interesante, eso, no iba a cambiar nada en ella.

Con esta simple y desprejuiciada opinión echó por tierra la teoría de Tito Livio "la Historia maestra de la vida" dio la razón a Borges y dejó sin justificación la ideología que sustenta el diseño actual de los cursos de "cultura general".

La aparente verdad en que se fundamenta el contenido actual de estos cursos es que el estudio de los acontecimientos históricos y los hombres que los provocan y conducen, tiene un valor paradigmático. Las virtudes y el carácter de los personajes, además de las reflexiones, comentarios, incisos e interpretaciones de los cronistas y escritores de estos libros famosos, constituyen un acerbo de sabiduría, que al ser asimilado por el estudiante conforma su carácter y conducta, y sobre todo embarga la vida de un gran sentido de continuidad.

Este asunto de la continuidad histórica, que algunos afirman esencial para la preservación y futuro de la civilización occidental, a la que se equipara con la humanidad, es una idea muy peligrosa. La continuidad es cierta, existe como la corriente caudalosa de un río profundo que oculta bajo su inquebrantada superficie el tumulto impetuoso de innumerables torrentes. Pero basta un poco de atención para darse cuenta que la que sirve de base a la historia de la cultura no es tal, sino que es resultado, consciente e inconsciente, de una visión selectiva del pasado en función del presente y de su proyectada permanencia como futuro.

La selección de textos, figuras y acontecimientos, no importa cuan múltiple y abigarrada sea, la llevan a cabo las instancias de poder para su justificación y reproducción, lo que invalida por exclusión todo otro intento en el pasado y devalúa cualquier proyecto de futuro distinto de su preservación.

Desde este punto de vista, la razón oculta es obvia. Los estudios de cultura general, fundamentan y consolidan la cultura dominante, reproduciéndola retrospectivamente en los modelos clásicos, para dotar al presente de un carácter perenne, o como se dice de intemporalidad. El presente, es así necesario y el mejor de todos los posibles y el futuro la continuidad de su permanencia.

En consecuencia los estudios actuales de cultura general son la ideología del privilegio y la trampa de la imaginación. Postular la construcción de la realidad de acuerdo a ciertos modelos, es negar la verdad fundamental de la existencia: que no es algo hecho sino por hacer. Dar por hecho el devenir, es trágicamente contradictorio, y un verdadero nihilismo. No nos extraña por tanto la muerte por aburrimiento de estudiantes y profesores. La repetición es igual a lo mismo, y al hacerse permanente es igual a nada.

El pensamiento crítico es el último de los esfuerzos para revitalizar esta ideología. No se trata de aprender los textos, sino de criticarlos, es decir de relativizar, de situarlos, de condicionarlos a la circunstancia. Pero claro, todo esto, se nos dice prudentemente, ha de hacerse desde el conocimiento. Sólo que no se nos avisa que ese conjunto de saberes que llaman el conocimiento está mediatizado por el poder. Es decir, se trata de la versión oficial que ahora, como otras veces, necesita relativizarse, para parecer verosímil frente al inevitable devenir que muestra ya su caducidad. La crítica, desbroza el campo no para dejar que crezca o simplemente desolar sino para separar un trigo aún más fuerte e imperecedero. Así se pasa a ser oficialmente crítico, a contribuir al conocimiento desde su propia definición y marco para mejorar lo que ya es "bueno", pero no para abrir espacio a la creatividad. No es ni más ni menos que el liberalismo actual de la social democracia.

Los cursos de artes liberales son exactamente eso, las artes de los liberales para ofrecer su concepción de la libertad como La Libertad, su cultura como La Cultura y su cosmos como El Universo. La complejidad del ocultamiento es enorme. Baste llamar la atención sobre la forma de hacer la historia, o mejor dicho, los libros de los que la aprendemos. Se trata, en realidad, de la historia del Poder, de su desarrollo como Estado, culminación en el Imperio, y sus continuas transformaciones en el tiempo, no de lo que hicieron los pueblos, que aparecen como un mero accesorio irrumpiendo de vez en cuando para convulsionar la continuidad, que más tarde recobra su cauce y dirección. El Estado es un mito dotado de todas las cualidades mágicas necesarias para hacerlo impensable. Sólo hay que recordar la mala fama y repugnancia adosadas a ciertos términos como anarquismo y desorden, el entusiasmo ardiente en los desfiles militares, y la nostalgia sentimental por reyes y reinas donde aún no los hay.

Si nuestra interpretación es correcta, la educación no responde ya a su significado etimológico latino de hacer salir y por tanto de dejar ser, sino al de instruir, es decir inscribir lo que se debe hacer y ajustar como se debe ser. Hemos convertido las artes del pensamiento en dispensadoras de "mala información" en el más estricto sentido natural del término, al decir de David Bohm, condicionando la percepción y el juego libre de la imaginación a la técnica y el conocimiento fijo. Se trata de la reproducción de la ideología dominante aún cuando sea incompatible con la creatividad y por tanto con el impulso mismo de la vida. Porque vivir de una manera creativa requiere una percepción muy sensible de las relaciones del ser, es decir de la naturaleza, la sociedad y los individuos. Percepción que sólo si es libre y autónoma conduce a una actividad gozosa, porque el gozo, va unido indisolublemente a la creatividad como parte integral del proceso. Todos podemos atestiguar el apasionamiento y la tensión vibrante de nuestra actividad, en la medida en que somos o hemos sido creadores, tan maravillosamente semejante al placer impetuoso del amor; como también el tedio mortal y la frustración de los trabajos impuestos por la mecánica implacable del horario académico.

El acto creativo es un fin en sí mismo, no un medio, y si se transforma en esto último, mediante recompensas, castigos o imposiciones externas, termina por desaparecer. Ciertamente los resultados de la ausencia de creatividad no podían ser menos, pues hasta la lógica más sencilla, y también se trata de lógica, exige una total perversión para sustituir a una actividad total como la creativa. Todos sabemos lo que significa la rutina en nuestras vidas y hacemos lo imposible para ignorar que el aburrimiento nos acerca a la muerte.

Debemos transformar nuestros cursos en encuentros de imaginación creadora. Si vamos a usar el pasado como juez del presente y del futuro repetiremos las mismas atrocidades de lo que se ha dado en llamar la civilización y la cultura, que en verdad no es otra cosa que la ideología del depredador, que ahora se llama eufemísticamente la "economía de mercado".

La inmensa mayoría de los mortales, y también una parte considerable de los inmortales, que han sido seducidos, contra toda expectativa natural, por la ideología de la productividad, llevan una existencia de profundo desgaste vital compensada frecuentemente con la evasión esquizoide y la exasperación sexual, que los aleja cada vez más de lo que podríamos llamar una vida feliz. Esta ideología es probablemente la fuerza anticreativa más eficaz de nuestros días, sobre todo porque aparenta ser lo contrario. La famosa economía de mercado promete recompensar con las posibilidades e imposibilidades del consumo, al punto que casi todos andan apuntándose atropelladamente a su club como la última técnica de salvación y felicidad.

La Universidad no es ajena a este tropel, como muestra el hecho que la pregunta más importante, la que decide la aprobación de un programa nuevo de estudios, es infaliblemente si el estudiante encontrará trabajo al finalizar su carrera, para conseguir el éxito económico que mediante la representación del consumo le brinde reconocimiento social y poder.

Postular el éxito como meta de la vida es extraño a la búsqueda del saber y tristemente contradictorio con la vida misma, porque está asociado a la idea de fracaso lo cual engendra temor, por el que la mayoría de los mortales y algunos inmortales también, se ven obligados a aceptar y hacer toda serie de cosas, con la consiguiente pérdida de la libertad y la dignidad.

¿Cómo hemos llegado a hacer del temor un instrumento y hasta una técnica educativa si sabemos que no tener miedo es el principio de la sabiduría y la condición necesaria para desatar la inteligencia creadora?

La adopción de una terminología determinada es prueba patente de que se asume, o se pretende asumir la realidad que la genera. De otra manera, al carecer de fundamento no sería eficaz, y sólo provocaría el ridículo. Todo, o casi todo, parece indicar, que la administración universitaria ha asumido conscientemente el modelo mecánico de la fábrica, bajo el camuflaje dinámico de "estilo empresarial", para resolver los problemas generados precisamente por ese modelo.

Ya se habla abiertamente de gerencia, utilidad, rendimiento, recursos educativos, personal de apoyo, recursos externos, - sólo nos falta llamar clientes a los estudiantes - en lugar de aquellos términos preñados de inagotables proyectos, como persona, hombre y mujer, maestro y discípulo, dignidad, justicia, amor, compasión y saber.

Debemos recordar las palabras del sabio Krishnamurti cuando avisa que al "medir la inteligencia en términos de títulos y exámenes, hemos desarrollado mentes astutas que esquivan los vitales problemas humanos". ¿Cuantas veces hemos oído preguntar, en las incesantes reuniones de los administradores y no tan adustos senados académicos, si los nuevos programas incitan a la creatividad y posibilitan la felicidad, y el arte de vivir?

Ni siquiera se nos ocurre hacer la pregunta pues ya hemos decidido, como buenos hijos de la ideología de la productividad, que la vida es para trabajar y consumir, y la felicidad el éxito de acumular capital con máximo rendimiento.

La educación debe ocuparse ante todo de la pregunta y libre discusión del arte de vivir, es decir de crear, y el pensamiento que debería presidir todos los encuentros universitarios es aquel de Sócrates en la República cuando insta, a propósito de qué y para qué es el humano vivir, "a examinar esta cuestión más a fondo, puesto que no se trata de resolver sobre algo intrascendente, sino nada menos que acerca de como es preciso vivir".

Si dejamos florecer la creatividad no tendremos que preocuparnos por la técnica, pues el mismo impulso creativo genera la suya propia. En tanto que la técnica, entorpece la creatividad y como dice el sabio hindú, "inevitablemente produce crueldad ", de la que ya tenemos suficiente en este mundo.

Hay que recobrar el espíritu de la filosofía y la ciencia, es decir, nuestra habitual y antojadiza curiosidad, y como decía Niels Bohr, tratar de elaborar todas las ideas locas que podamos los lunes, miércoles y viernes, e intentar refutarlas los martes y jueves. A lo que debemos añadir los sábados y domingos, totalmente dedicados a diseñar imposibles e impensables. Sólo así recuperaremos el niño de cada uno de nosotros, asesinado gloriosamente por instrucción de la autoridad y la autoridad de la instrucción, y podremos entender el valor de la anécdota de Jean-Michel Cousteau en una expedición de niños a la Antártica: " Al hablar unos con otros sobre sus experiencias, los niños descubrieron que compartían una observación: muchos de los pájaros que se habían posado sobre el barco habían quedado marcados por los científicos con una anilla. Aunque los niños comprendían el valor de la ciencia, reaccionaron inocentemente y con espíritu juvenil a las anillas. ((por supuesto que eso de inocentemente y espíritu juvenil merecen todo un tratado sobre el prejuicio de los adultos)

" Es como si ustedes fueran cazando niños y nos pusieran anillas para poder observarnos", dijo Joseph Shio.

" Es bueno estudiar los pájaros", dijo Kelly Matheson, " pero si antes han sobrevivido sin la ciencia, ¿ por qué no ahora ?"

Esta es la tarea que nos exige la educación en continuidad con la vida. No creo que David Bohm exagere al afirmar que "la creatividad es una necesidad primordial del ser humano, y su bloqueo puede significar una amenaza de destrucción irreversible para la civilización.

José Manuel Maldonado

Revista Holograma .

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