Aguadilla, mayo de 1999.
Hace unas semanas asistí a un congreso titulado "La Comunicación Social de la Ciencia en el siglo XXI" en un país miembro de la OTAN, justo al inicio de los bombardeos sobre la Servia de la antigua Yugoslavia. Los discursos oficiales y las ponencias iniciales parecían ignorar los graves acontecimientos, hasta que en el segundo día uno de los exponentes de una mesa redonda, rectangular, se atrevió a comentar la situación al decir directamente que" mientras nosotros disertamos sobre la comunicación social de la ciencia nuestros gobiernos están bombardeando a un país hermano". El acento italiano de su español declaraba su procedencia y la ovación emocionada, puestos de pie, de casi todos los presentes, mostró la raíz profunda de la denuncia. Cuando parecía que no era posible se presentó la guerra.
¡Otra vez la guerra!
Después comenzó, y aun no ha terminado, el despliegue militar de los nuevos descubrimientos científico-militares, como la exquisita bomba de ¿grafito? Junto a la huida de miles de personas de las bombas, las venganzas y las miserias de la guerra.
¡Otra vez la guerra!
Parece que el siglo que nos abandona tenía que ser consecuente y terminar como comenzó,
¡ Otra vez la guerra !
Basta recordar muy poco para contemplar el abigarrado conjunto de nuestras acciones. Ya hemos asistido a tantas guerras que se nos hace difícil enumerar las matanzas. La tecnología científica ha logrado eliminar algunas enfermedades e inventar otras, pero sobre todo ha conseguido matar masivamente con la asepsia clínica de la distancia que concede la aviación. Acumulamos grandes cantidades de conocimiento sobre la naturaleza, hemos desarrollado la astrofísica, la electrónica, la biología molecular, la ingeniería estructural, química y genética. La filosofía, la sicología, la literatura y las artes han logrado manifestaciones insospechadas. Llegamos incluso a catalogar nuevas formas de conocimiento como Ciencias Sociales, pero todo esto no ha cambiado el mundo cotidiano, más bien ha sido lo contrario, como lo demuestra la guerra actual.
Por eso comencé hablando de un "Congreso dedicado a la Comunicación Social de la Ciencia.", porque a pesar de todos los conocimientos de las artes y las ciencias, el mundo de los animales humanos responde aun a la llamada del jefe desde sus entrañas de horda primitiva
El absurdo de todas las guerras precedentes ha adquirido carácter de racionalidad, de manera que la masacre, el genocidio y el asesinato parecen perfectamente racionales. Es como si la memoria se negara a conservar la huella de la muerte, ni siquiera el olor a sangre de hombres destrozados, de hermosos cuerpos de mujeres, jóvenes atléticos y niños felices, reventados como burbujas y esparcidos cual basura triste sobre la madre tierra.
Pero me parece que ahora, en este momento histórico de la posmodernidad y del neoliberalismo, en el que todas las naciones envueltas en el conflicto se proclaman democráticas, la guerra debería ser un anacronismo.
Fueron precisamente los pueblos y sus instituciones, desde el comienzo de la democracia en Atenas, los que inventaron y rediseñaron un método deliberativo para que los debates no terminaran en combates. Ese método ordenado y regulado de la , presentación, discusión y decisión sobre los asuntos públicos, permitía la expresión y deliberación de todas las diferencias y perspectivas del problema .
Desde un punto de vista filosófico esto es la afirmación de que la verdad no la tiene ninguna de las perspectivas, ninguno de los argumentos, mucho menos ninguna de las personas que los exponen o representan. La verdad es el encuentro de todos ellos: argumentos, perspectivas, personas, intereses, situaciones y condiciones, pues la verdad es un asunto humano y no natural.
Si esto es así, si la verdad es como he dicho en otros escritos: " el acuerdo al que llegamos en la conversación según la información que tenemos ", lo inmediatamente necesario era la creación de un procedimiento que asegurase las mismas oportunidades de expresión, argumentación y decisión, a todos las personas que forman parte de la conversación. Así pues, esta definición de verdad es el fundamento que supone el procedimiento parlamentario y justifica su necesidad. De hecho en situaciones tan conocidas como las instituciones absolutistas no era necesario el procedimiento parlamentario, no sólo porque no existiera el parlamento, que en algunos casos los había, sino porque la verdad era exclusiva de una persona o institución y excluía al resto que no podía intervenir en la conversación, parlar, conversar y parlamentar.
Este procedimiento para regular la conversación que nos lleve a la verdad ha ido cambiando con las instituciones y los tiempos, pero ha mantenido el supuesto filosófico que le proporciona validez y hace posible que los debates sustituyan a los combates.
Todos los países democráticos adoptaron de una u otra manera algún tipo de procedimiento para parlamentar igualitariamente, aunque no todos los que parlamentan están convencidos, o ni siquiera saben, que la definición de verdad expuesta es la que valida y da sentido al procedimiento. Por eso vemos como algunos todavía se presentan con la arrogancia propia de los dueños de la verdad. Sobre todo algunos de los poderes llamados ejecutivos, administrativos, gerenciales, o lo que quieran llamarse, que pretenden simplificar y reducir a sus intereses el desarrollo desigual y la complejidad social de la que son parte. No obstante, el procedimiento parlamentario es un método eficaz para mantener el diálogo y transformar los combates en debates.
Aun así, las democracias no han logrado el mismo éxito en la imposición del método parlamentario para regular sus relaciones internacionales que ,en realidad, deberían llamarse extranacionales. Todavía somos testigos y víctimas físicas y morales de la ausencia de parlamentarismo en las relaciones extranacionales. Lo curioso de esto es que los que practican y defienden el parlamentarismo en sus países son los que aprueban la fuerza y la negación de la conversación hasta la máxima expresión que es la guerra.
La crisis desatada en las varias guerras de Yugoslavia es una muestra más de la ausencia de parlamentarismo democrático, tanto internamente como extranacionalmente. No se trata de la ausencia de conversaciones, pues aun vemos cierta variedad de interlocutores, sino de la ausencia de la actitud filosófica que fundamenta el parlamentarismo: la certeza de que la verdad no la tiene uno solo y de que al fin y al cabo no se trata de lo verdadero sino de lo menos incierto.
Si este supuesto filosófico, que es el fundamento del parlamentarismo, fuera la actitud y principio regulador de las relaciones en las instituciones, gobiernos e individuos de las sociedades democráticas, la guerra dejaría de ser una solución.
José Manuel de Maldonado
Aguadilla, mayo de 1999.
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