viernes, 16 de diciembre de 2011

Hay  un día un momento


Hay  un día un momento
en que te das cuenta
no sé cuando
que nada puede ya separarnos
como el ala y el viento                 
tu recuerdo y el mío
                                               
que no puedes engañarte
 con verdades ni con mentiras
porque la sola mención de tu nombre
espanta los peligros
como  el sol  a las puertas del alba

ya no hay geografía suficiente
para perdernos  porque
hemos descubierto
un archipiélago de abrazos
y somos del bosque
el incendio luminoso

hemos cultivado
con placer el desvelo
que ampara la memoria
cada verso cincelado en el alma
cada argumento  fabricado
con la ternura precisa
de ese momento de ese día
en que nos dimos cuenta
que nada puede ya separarnos.
Coleccionar ganas

Las ganas deben coleccionarse para  dárnoslas cuanto antes, como tener ganas de oírte hablar con  ese acento tuyo que “la sangre amotina”, al decir de Sabina. Las ganas de contemplar el mar y admirarse  de quien te espía con el rabillo del ojo; disfrutar la lectura de un poema que alguien  escribió por ti sin decirlo; la deliciosa gana de hablarnos cuando empujan las palabras que te llenan el corazón y rebosan tu boca, las ganas de abrazar con emoción a quien también las tiene de abrazarte… sin miedo a que te hablen de locuras, esos álguienes que se nos filtran adentro atrapando  deseos con arrugas en la frente y disfunciones de la sangre…
A  las ganas de las locuras hay que darles su día cuerdo,  eso de “hoy es mi día de locuras”,  dárselas con los ojos muy entornados, casi a ciegas pero con trampa - “cierra los ojos y no veas que te beso” -  y seguir con los ojos muy abiertos por dentro… y coleccionar los miedos para amordazarlos y desterrarlos con la primera tormenta de septiembre para que se espanten y no vuelvan,  porque ya estarás en camino al “galope salvaje” de tus sueños, cerca de mi cumpleaños.