martes, 16 de junio de 2009

Presentación Universidad de Puerto Rico en Humacao

PRESENTACIÓN DE JOSÉ –marzo 2009
M. Reyes Dávila
Buenos días, compañeros,todos.
A decir verdad, yo no sé muy bien qué hago hoy en este lugar. Es que a esta misma hora la Asociación de Docentes de UPRH auspicia una conferencia de Rafael Bernabe sobre el CAREF y la crisis fiscal del país. En otras circunstancias, tanto mi persona, como la persona de Josemanuel Maldonado, estarían asistiendo a esa conferencia, pues a él, lo mismo que a mí, nos apasiona la lucha contra los atropellos y la injusticia, así como nos preocupa, inmensamente, el destino de este país. Ambos fundamos el primer sindicato de profesores universitarios que existió en Puerto Rico hace casi 30 años.
Tras pensar en lo que acabo de decir, caigo en cuenta que José está aquí con nosotros, en Humacao, y casi me da un síncope, pues para poder ver a este hermano, nacido en Almería, España, y vuelto a nacer en Puerto Rico hace tanto tiempo que ya no recordamos cuándo fue, generalmente tengo que peregrinar a Aguadilla cuando la suerte no me permite encontrármelo en Machu Pichu, en Paraguay, en Granada, o algún barrio cercano como éstos.
Claro, la circunstancia de presentar dos libros simultáneamente no se da todos los días, ni se nos da a cualquiera de nosotros. Y que esos libros sean una traducción del Tao Te Chin –libro filosófico, me dicen– y otro libro, esta vez de poesía, tampoco es cosa común. Como filósofo y ensayista de temas ardientes de la vida contemporánea hemos conocido a Josemanuel durante décadas. A predicar ideas quijotescamente, es decir, como si estuviera en el coloquio de los perros cervantinos, se dedica en la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla. Y que conste, que eso de los perros no lo toma a mal: pues de verdad habla con ellos todos los días. Siempre ha tenido como siete, simultáneamente, con nombres como Víctor Hugo o Byron.
Allá, por Aguadilla, publicó varias antologías anotadas por él para enseñar los cursos de las humanidades grecorromanas y las occidentales. Esa urticaria que no le permite estarse quieto, y cuyo picorcito lo hace reírse de todo, todo el tiempo, lo llevó a preparar otros libros sobre humanidades contemporáneas. Mas, tan pronto se percató de que los libros no le permitían seguir hurgando... y rascando, fundó revistas, muchas revistas, desde Ágora y Método y Sentido, hasta Luciérnaga y El Cuervo, ese pajarito siniestro que figura como su alter ego.
Josemanuel llevó desde niño, en sí mismo, el germen de la poesía, que es esa libertad que mueve el viento por los horizontes del espíritu. Que cómo lo sé, dirán algunos por ahí, muy listos, si yo vine a conocerlo después de que peregrinó desde Almería a Madrid, de allí a países del sur de nuestra América y los Estados Unidos donde terminó su maestría en Filosofía. Lo sé por haberlo visto mucho, y después de oírle sus cuentos, verlo enamorarse como venadito de Walt Disney, y de reírle el 90 % de sus chistes, Después de haber ido con él a visitar La Alhambra de su Granada, de ver el Paraná y el lago Ipacaraí, de beber té de coca en el Cusco, Machu Pichu y Lima, caminar y asombrarse entre las casas de Neruda en Chile, Valparaíso y Santiago. Otras cosas hay que no me permitirá contarles.
De hace décadas es su primer tanteo con la fuente que no cesa del verso, tanteo que si no recuerdo mal, y él quizás lo ha olvidado, tituló Desde el otro lado del sueño. Husmeó después de eso, y durante muchos años, siempre coqueteándole al hueso de su gusto pero sin atreverse a darle el mordisco, porque José, a pesar de sus salidas cómicas, es un hombre tímido. Esa timidez tiende a indicar una virtud: el respeto ante la poesía, que es una forma de la devoción. Mas, de repente le maduraron las frutas, y reventóle la vena poética, entregándose al taller del verso como un hierofante griego... Y aquí estamos.
Tuve la suerte de poder prologar este libro. En pocos párrafos explico el sentido de su título, las raíces ocultas de sus versos, las artes fundamentales de su vuelo. Quizás podría decir que lo mejor del libro es mi prólogo, pero no lo digo, porque ustedes le oirán leer algunos y me desmentirán después.
“Es imposible glosar ahora cada poema. No obstante, no podemos dejar de apuntalar que Este difícil oficio de amarte es, en suma, y antes que otra cosa, un libro de amaneceres y de ocasos. El cenit, el lento transcurrir de lo obtuso y espeso del día que ciega, no está aquí. Ana Larre Borges, la amiga uruguaya del periódico Brecha que estuvo aquí cuando el simposio de revistas, observó con gran acierto la curiosa horizontalidad vital de la mirada del poeta. Josefo aferra sus loores a esos incalibrables momentos del tránsito, del cruce y la frontera, que son el espacio propicio para las preguntas y las decisiones. Y también para las definiciones. Maravillosamente, y bien sea dicho aparte, José vive el poniente como algo que le sucede a él. El niñodiós andaluz que respira la plenitud sin tiempo del instante eterno, está desnudo aquí. La madrugada, especialmente, es el instante huidizo de la floración de sus deseos, pues el poeta es incapaz, nos dice en verso, de “desdeñar / el sabor a mujer / de las madrugadas”. Y quizás por eso mismo, es también su instante de intento, de anarquía, y de rebelión, el espacio-tiempo en que se figura posible lo imposible.
“Pero el horizonte, lo lejos, tiene también para el poeta, curiosamente, carácter de destino. A veces impuesto, cuando la guerra; a veces esperanza, cuando el amor. Todo su entorno está, aquí, subjetivado, como ocurre con los caminos soñados de Machado. En estos espacios –o tiempos– de encuentros sin continuidad, la experiencia se fragmentiza. Acaso porque el mundo, sin ella, es un caos: un “torrente que se despeña”, y se atomiza.
“De modo que no: el horizonte no es distancia. La distancia es, en todo caso, la ausencia de horizonte o de destino. El destino es el amor. Y el horizonte es rumbo. ¿Cuál rumbo?

El Josefo, este Josefo malagradecido, tuvo la confianza de censurarme y suprimirme un párrafo y varias líneas de mi prólogo. Por ser mi hermano sigue con su risita. Yo se las ofrezco hoy aquí, porque le tengo la misma confianza a mi José. Decía, en el párrafo de mi prólogo lo siguiente:
“Juan Ramón Jiménez, poeta andaluz como Josemanuel Maldonado –vuelto a nacer en Puerto Rico–, escribió muchas veces sobre el “niñodiós” que fuera en su Moguer. El niñodiós y el Dios deseado y deseante que concibió en la madurez de su vida, no son lo mismo, aunque ambos implican plenitud, y ese afán por percibir como eternidades los instantes vividos. Josemanuel tiene alma de niño. De niñodiós, creo yo, que lo vi regresar anegado de cielos a su Alhambra, acceder por primera vez al Cusco y Machu Pichu, y regresar al carmen albariño de la Carmen que le dio el terruño de su arrullo. Su propio nombre – Josemanuel– recoge ya esa plenitud dialéctica del padre-hijo que, en su caso, no se da como lucha de clases, pues desde el punto de vista de la síntesis, todo es colaboración. Como amigo y como hermano, no puedo eludir al leer sus versos la lectura de su haz y de su envés, el lado oculto de su luna.” (Fin de la cita.)
Por qué me suprimió José el párrafo: porque es un hombre, ácrata, anarquista del humo, gatuno en el ceño y en el gesto, y cuervo renuente –según me dijo– al tema del niñodiós. Yo le respondo al renuente anarquista nuevamente, que en opinión, opinión que –dicho sea a propósito–, no está mal informada, la imagen del niñodiós aluza parte de ese lado oculto de su luna, y le cae como anillo al dedo a un hombre que juega dentro de sí, curiosea infatigablemente, se asombra aún de ocasos y amaneceres, protesta al primer impulso de lo deshonesto, abraza y ríe, no se está quieto, se mueve, y lucha, y busca el amor, como quien va a caballo sobre una luciérnaga o enredado en las alas de un cuervo. Ese niñodiós es una imagen de plenitud, creada especialmente para mí, por el poeta que más me ha conmovido en mi vida. Yo llevo ese niñodiós en mi alma, José. Y al atribuírtelo, he querido hacerte el homenaje más grande que puede hacérsele a un amigo que parece, él mismo, esa eternidad de la luz de los ocasos en los horizontes marinos, y cuya infancia, que entreveo yo en los cuentos de Washington Irving sobre Granada, corretea aún en mi imaginación como las aguas de las fuentes de tu Alhambra. Y no digo más.

1 comentario:

Hilda Vélez Rodríguez dijo...

Cncuerdo con el señor Reyes. Enhorabuena.