jueves, 11 de enero de 2007

La urgente racionalidad de la inadaptación

El Cuervo. Número 5 enero-junio 1991

Según el método científico, la adaptación es una clave fundamental para comprender los acontecimientos naturales, especialmente los biológicos. Sin ella no habría posibilidad de entender la evolución de la vida, la multiformidad de las especies ni la repentina y extraña desaparición de algunas de ellas. Es tan importante, como mecanismo explicador, que ha adquirido la categoría de axioma en el formidable "adaptarse o morir".

Los científicos naturales han tenido éxitos interesantes al usar este concepto como rastreador de causas y detector de efectos, y la proporción de su existencia ha sido equiparada a la capacidad de inteligencia por los científicos sociales. De manera que nos encontramos frente a una de esas nociones que pueden explicar casi todos los cambios en la Naturaleza y la sociedad humana.

Las especies, es decir, los individuos que mejor se adaptan son los que viven y permanecen fortaleciendo su adaptación. Es importante recordar que cuando el viviente se amolda no se trata de un ajuste a una condición permanente sino al cambio mismo, pues, aunque los montes parezcan eternos en su firme inmensidad y el río fluya manso o como un bramido indiferente a otras formas de vida, tal es la realidad de la Naturaleza. La disponibilidad para el cambio, no a éste o aquel, es la máxima y mejor forma de adaptación y de inteligencia.

Pero esta adaptabilidad exige como condición de posibilidad alguna forma de previsión y organización para el cambio, que ha sido estudiada y denominada por Anojín, desde el punto de vista del materialismo dialéctico, "el reflejo anticipatorio de la realidad". El viviente debe ver sin mediación alguna la realidad para desencadenar una acción inmediata, como ante el peligro del animal venenoso decidimos permanecer al amparo de la distancia. En la medida que el ser viviente sea capaz de ver la realidad, así actuará, y en esa misma medida podrá sobrevivir.

La noción de adaptación en las ciencias de la naturaleza, por lo tanto, no implica permanencia, inmovilidad, acoplamiento, ni conservación en los vivientes, sino cambio, ajuste y reorganización como exigencia de la Totalidad de la cual son, en el lenguaje de David Bohm, "un despliegue relativamente autónomo".

Contrario a lo que algunos puedan pensar los hechos muestran la Naturaleza en convulsión, torbellino y corriente de un estado a otro de su continuidad, y a eso es a lo que el viviente debe adaptarse. La sensación de permanencia se debe a la ilusión propia de nuestro pequeño espasmo espaciotemporal. En realidad, si quisiéramos ser exactos, deberíamos definir la adaptabilidad no como acomodamiento al momento presente sino como la disponibilidad para el cambio, es decir, al despliegue e inmersión de las manifestaciones temporales de la Naturaleza.

Si transbordamos este concepto a la actividad humana encontramos que se ha transformado, extrañamente, pero no sin causa, en su contrario.

El individuo humano adaptado es aquel que no tiene problema alguno dentro de su formación social, de manera que es capaz de cumplir con cualquier requisito sin una duda, amarrar en todos los puertos en ajuste preciso con el práctico, y pasear con soltura y ademán elegante en los opacos laberintos del Poder.

La disposición natural para el cambio se pervierte al concebir las relaciones sociales del momento como un dato permanente, inmutable, absoluto, y por tanto incuestionable, al que hay que acomodarse para ser. Los problemas, si llegan a percibirse, son integrados a la realidad social como parte de su naturaleza de manera que en verdad sólo pueden tener algún paliativo pero nunca solución, salvo en el pensamiento revolucionario.

Sin embargo, podría argumentarse que la realidad es otra, que el cambio es la norma constante en las relaciones materiales de producción, de consumo, semánticas, emocionales, y de Poder, de la urdimbre humana. Más aún, las instancias de control social urgen al individuo a mejorar su situación económica, política y hasta axiológica, para mejorar su vida y, el progreso, esa noción cargada de significaciones utópicas, se ha identificado con el cambio técnico.

Todo esto es cierto, pero no lo es menos que los cambios mencionados son permitidos mientras no alteran las relaciones de Poder establecidas en la trama social, y alentados cuando aseguran la inmutabilidad de las relaciones actuales de dominio económico, político, del conocimiento y configuración del mundo del espíritu, y no la vida de los individuos. Mucho menos la de los que no puedan o no estén dispuestos a adaptarse.

Este cambio radical de significación de un concepto en la Totalidad indivisa de la Naturaleza, podría explicarse, desde el punto de vista de la temporalidad, por el hecho de que las acciones que condujeron a una sobrevivencia más fácil y menos arriesgada en la agrupación humana, tendieron a ser reproducidas y, dado su éxito, pasaron a constituir un tipo de conocimiento técnico eficaz que seguramente distinguió a unos de otros, originando las relaciones de Dominio. El conocimiento se convirtió en Poder, los primeros hacedores del fuego forjaron las armas de todos los dioses, que

conservado y transmitido a través de algunos colectivos, se convierte en un "reflejo anticipatorio de la realidad" social, una especie de llave para el dominio y control de ciertos fenómenos naturales, proporcionando una ventaja extraordinaria sobre los que la ignoraban que, dada su necesidad, optaron por adaptarse a las condiciones de los Poderosos conocedores. En toda la metalurgia arcaica (y antes, en la cerámica, y antes, en la piedra...), la fabricación de instrumentos y específicamente de espadas, estaba rodeada de ritos y de un ceremonial preciso que fijaba la secuencia de las operaciones de manera que fueran exactas y fáciles de recordar. Estos eran conservados en secreto y, en ausencia de un lenguaje escrito, transmitidos de una generación a otra con la más estricta condena por su divulgación.

Pero es, quizá, la Ilustración, más próxima a la superficie, la que, con su racionalización de La Razón, asienta el postulado de que la gente debía y podía ser razonable y adaptarse socialmente para conseguir la plenitud de la vida que consistía, indudablemente, en desarrollar una actitud normal dentro de los límites de sus posibilidades. El ciclo de La razón social comienza, según el postulado de esta razonabilidad, con el cuidado de una madre amorosa que logra desarrollar un niño satisfecho y un padre responsable que posibilita una juventud saludable y enérgica, en un marco económico más o menos seguro. La escuela era, después, un período feliz que conducía al desapego gradual de los padres y a ejercer una profesión de manera equilibrada y ajustada. Entonces, se encontraría una persona con la que, a su tiempo preciso, tener hijos, que de nuevo serían guiados a la madurez por los equilibrados y adaptados padres, que colman su felicidad cuando en la repetición del ciclo, llegan a ser abuelos.

Cualquier otro tipo de conducta que se desviara de la adaptación ilustrada, conduciría a la anormalidad y a la infelicidad y debía ser corregida con o sin el consentimiento del individuo, al que, en una fórmula interesante, quizá por anticipatoria y sin duda continuadora de la sublime idea del espíritu absoluto, habría que "defender de sí mismo".

De esta manera podemos decir que la fuerza, constrictiva de las relaciones sociales de Poder llega a condicionar, mediante el reconocimiento del éxito y la imputación de fracaso social, la disponibilidad natural del organismo para el cambio a prever sólo el Orden existente, y, por tanto, a reproducir preferentemente las acciones que lo justifican y especialmente las orientadas a adaptar.

La adaptación se configura, pues, como plegamiento y sumisión a los poderes establecidos, la disponibilidad para el cambio en el cambio de la disponibilidad y "el condicionamiento en el factor común del hombre", como apunta Krishnamurti.

La educación desde sus comienzos, y en su sentido lato al más estricto, ha sido el método más eficaz para condicionar la mente. Cada estamento, orden o clase dominante, como la quieran llamar, atesora y reproduce el Poder de su conocimiento en compartimentos cerrados que, como rasgo de identidad, Ordena, subordinando, la trama social.

En la actualidad, la educación impuesta por los países tecnológicos a través del Fondo Monetario Internacional, se haya orientada a la especialización en el trabajo y a la reproducción de la mentalidad mecánica y no a la capacidad de enjuiciar, lo cual conduce directamente a la idea de que uno no puede juzgar la labor de los demás.

Las Universidades, que hasta hace poco debatían, más o menos osadamente, acerca de "la condición humana", se han convertido aceleradamente en depósitos reproductores de conocimientos y en centros de adiestramiento de los grandes consorcios tecnocráticos, midiendo su prestigio por la cantidad y calidad del éxito económico de sus egresados. El proceso de adaptación (antes se llamaba enseñanza-aprendizaje) queda garantizado cuando los sujetos-reproductores son contratados aún antes de que se certifiquen sus destrezas.

No hay nada arcanamente perverso en esta situación a no ser que la consideración de la Totalidad indique algo distinto. Y ese algo distinto es el desequilibrio producido por la irracionalidad de las relaciones humanas de Dominio, y de estas con la Biosfera y el resto de la Tierra. De manera que la sociedad en su conjunto, en su conciencia y sus relaciones, no recibe de sus obras más elevadas un principio de desarrollo. Nuestros problemas han empeorado, y nos desintegramos bajo una apariencia deslumbrante. Millones de seres humanos sufren hambre, ignorancia, enfermedades, mientras gastamos sin límite alguno en las guerras de siempre. ¿Cuánto costó matarse unos a otros en la del "Golfo Pérsico"? Lanzamos al abismo recursos fabulosos en seres humanos, medios materiales y saber, para preparar el arma absoluta y demostrar que la Luna también es un montón de guijarros, mientras la existencia cotidiana sigue estancada en la lucha para conseguir lo suficiente y seguir tirando, así que más que ganarnos la vida, la perdemos. La realidad es tal, que podemos afirmar con Krisnamurti que "lo que se acepta como libertad es, en realidad, una prisión que se ha hecho soportable en cierto modo gracias al avance de la tecnología".

La mentalidad mecánica y capitalista, que da más importancia a las cosas que a la vida y trata al planeta con esa misma ferocidad, nos ha arrebatado, aquello que Nietzsche llamaba, "el sentido de la Tierra", cuyas consecuencias ha descrito, profundamente, el sabio indio : " Si uno pierde contacto con la naturaleza, pierde contacto con la humanidad. Si no hay relación con la naturaleza nos convertimos en asesinos; entonces matamos a los cachorros de foca, a las ballenas, a los delfines y al hombre -sea por provecho, por deporte, por comida o en aras del conocimiento. Entonces la naturaleza se asusta de nosotros y repliega su belleza...vivimos en nuestro oscuro aislamiento particular, y el escape de ello es más oscuridad. El interés está puesto en una corta, insensata supervivencia, plácida o violenta. Y miles mueren de hambre o son sangrientamente asesinados a causa de nuestra irresponsabilidad... debido a que carecemos de integridad, construimos una sociedad que es inmoral, deshonesta, una sociedad que se basa en el más absoluto egoísmo." Es tal el abandono y el alejamiento que algunos andan entusiasmados con la fascinante insensatez de preparar la emigración a otro planeta, bajo el aplauso delirante de los náufragos, mientras otros esperan el desembarco de inefables seres extraterrestes como una nueva salvación.

Si esto no fuese suficiente la historia ha demostrado que el individuo adaptado no puede ser el guardián de los valores democráticos, que son imposibles sin la disidencia, la protesta y el reto efectivo a la ley, que siempre es caduca.

La democracia consiste precisamente en la construcción cotidiana del mundo por el individuo, en la subordinación de las instancias sociales a las necesidades y deseos de las personas y no en el acomodo a la circunstancia que otros ordenan. Para ello se requiere una mente alerta a las transacciones sociales, y receptiva de los problemas y necesidades reales de los individuos, condiciones ausentes en la conformidad que insensibiliza la mente y el corazón.

Los ismos religopolíticos, causadores permanentes de la muerte, son posibles por la abundancia de todos y cada uno de los adaptados que tanto gustan a los poderosos y a sus organismos educativos, capaces de producir, por ejemplo, especimenes tan ordinarios como el célebre psicosociólogo, F. Herzberg, que confiesa que su "tarea consiste en proponer una definición de las necesidades del hombre que sea compatible con el mundo del trabajo", a la que tendrá que adaptarse el individuo para ser feliz, es decir para conservar su empleo. De esta manera se ha conseguido, en las sociedades de Mercado lo que Lefebvre llama el Cibernantropo, que, : "no es un autómata. Es el hombre que recibe un impulso: se lo comprende gracias al autómata. Vive en simbiosis con la máquina. En ella encuentra su doble real. Para encontrarse en ella, desaprueba las ilusiones de la subjetividad y de la objetividad, de la conciencia y de las obras" y como ellas, sólo lleva a cabo el programa diseñado. No debería extrañarnos, por tanto, la persistencia de nuestros problemas, ya que para resolverlos necesitan ser abordados de un modo nuevo, imposible de concebir por la mente adaptada.

Si este panorama es cierto, y no avisto ninguna razón para afirmar lo contrario, entonces debemos admitir la urgente racionalidad de la inadaptación como condición necesaria de la creatividad, es decir, de la vida.

¿Que puede significar, entonces, la inadaptación?

Comenzar por afirmar, de manera inequívoca, la naturaleza relacional de la vida. Vivir la vida como relación exige reciprocidad, complementariedad y, además, diferencia, de manera que la eliminación sicológica o la subordinación total a uno de los términos de la relación, debido a la fusión requerida por la adaptación social descrita, produce necesariamente un conflicto en la realidad al pretender que siendo como es, sea otra, o simplemente que no sea.

La diferencia es quizá una de las características más sobresalientes de la vida, simplemente porque es propia del Devenir que así muestra su sendero. El ser vivo conlleva la identidad y la diferencia, pero es la segunda la que le permite un lugar relativamente autónomo en la unidad de la primera. No es necesario ser biólogo para afirmar que la diversidad es una característica endógena de la vida, a nivel si se quiere del ADN, y que, por tanto, no debemos, pues quizá no sea ni posible, impedir la actualización de la diversidad implícita en cada organismo.

De hecho, hasta la historia según la cuentan los humanos, destaca precisamente la disparidad de ciertas personalidades, las diferentes expresiones del arte, las increíbles variaciones de la música, la genialidad de los estrategas, los caminos insospechados de la imaginación, la valentía inusitada, la creatividad extravagante y la sutileza de la ironía. Todo lo cual parece ser, más bien, un catálogo interminable de premios a la diferencia y a la inadaptación, que si miramos atentamente tienen en común el rechazo de la autoridad en cuanto fuerza configuradora.

La relación de dominio, ejemplarizada en el ejercicio y sometimiento a la autoridad, es una de las primeras vivencias que constituyen la conciencia y se reproduce mediante las recompensas, los castigos y el temor que los acompaña. Este último, el temor, es el fundamento real de la moralidad y de la identificación ideológica de la Autoridad como condición de posibilidad del Orden. Por eso hemos asistido a toda clase de cambios de Autoridad, e incluso en algunos casos a su disminución, pero no a la eliminación de las relaciones de Dominio. Estamos tan condicionados por su ideología que sólo somos capaces de imaginar el caos en su ausencia.

Pero esto es falso. La relación de dominio es el intento de someter todos los aspectos, diferencias y divergencias de la vida a uno sóla de ellas que se considera el centro, la base o la cúspide. La totalidad de la vida no puede ser sometida a una de sus partes sin provocar la separación, la división y por tanto el conflicto. La subordinación es un invento de la autoridad y es ajena al universo, a la naturaleza y a la vida. ¿No es realmente gracioso, por monárquico, eso del "reino" animal? ¿Acaso hay galaxias principales y secundarias? ¿Es la cumbre superior a la mar? ¿Está la rosa subordinada al árbol? ¿Es más importante el león que la gacela? ¿Acaso no somos sólo simios diferentes?

El orden es incompatible con el dominio de la autoridad, que sólo engendra desorden en el que crece y prospera de manera incontenible. La prueba más evidente de que la autoridad sólo engendra desorden es el carácter conflictivo de la existencia humana. Ningún ser viviente vive en conflicto psicológico y social como nosotros. Todas las descripciones, llamadas objetivas, de la vida animal y hasta vegetal han sido interpretadas desde esta perspectiva, y se han atrevido a afirmar que, científicamente, el conflicto es una ley fundamental de la vida.

Pero también esto es falso. Si miramos atentamente, despojados del condicionamiento de la necesidad de la autoridad, veremos que ella es la causa del desorden, y no el desorden el origen de la autoridad.

El proceso de humanización está cuajado de intentos libertarios, de luchas con toda clase de autoridad como afirmación de la libertad contra el desorden establecido por las relaciones de Dominio. Según algunos, se trata de estadios necesarios en la evolución social y sicológica del simio sapiens, y Octavio Paz ha llegado incluso a asegurar que no podríamos vivir sin la autoridad, cuando en realidad se trata precisamente de la detención del proceso, al convertir toda acción en reacción en lo cual no hay creatividad, sino lastre y repetición abigarrada.

El condicionamiento es de tal magnitud e intensidad que unos por adaptación y otros por reacción no aciertan a ver, salvo en pocos casos, que la relación de dominio-sometimiento y adaptación a la autoridad es la causa del desorden y el sufrimiento por ser ajena a las relaciones de la vida y a la vida de las relaciones.

A lo más que hemos podido llegar, es a inventarnos una manera sutil de sometimiento, postulando que la elección voluntaria de la autoridad justifica las relaciones de Dominio que desencarnadas en un código de ley parecen ser impersonales y, en nuestra torcida concepción de la realidad, Naturales. Aunque, aun así, no se elimina la sospecha de su perversa naturaleza al reservarse el colectivo el derecho a la destitución o destrucción de la autoridad.

Si entendiéramos el verdadero orden relacional de la vida, nos habríamos liberado del concepto de la autoridad y, por tanto, del hecho de la subordinación. Mientras necesitemos recurrir a la autoridad para resolver cualquier problema, como hacen los adaptados, no podremos encontrar la unitotalidad de nuestra vida y nos limitaremos a repetir el pasado y a ser, como decía Krishnamurti en una frase terrible: "seres humanos de segunda mano", y por tanto incapaces de crear.

La inadaptación, como condición de la creatividad, requiere, además, junto al cultivo de la diferencia y la negación de la autoridad, la persistencia de la incertidumbre.

La inmensa mayoría de las personas adquieren en un momento temprano de su existencia un estado de seguridad y certidumbre que los convierte en jueces de sí mismos y el resto de los mortales e inmortales. Para ello algunos aducen su experiencia, otros sus conocimientos, y algunos otros ambas juntas. Una vez auto localizado el individuo en esta posición, la novedad desaparece y sólo entra en juego la actividad cerebral de la comparación mediante la cual se pasa a identificar, clasificar, etiquetar y decidir en retorno constante a la memoria, haciendo del presente, siempre inédito, una prolongación del pasado, y bloqueando, por consecuencia, la creatividad.

La incertidumbre no es un estado de confusión, según postula la ideología de la dominación, sino una actitud de atención total a la realidad, un estar pendiente a los hechos y sus relaciones sin referencia a ninguna otra entidad o tiempoespacio que la que se revela en ellos mismos. Lo único cierto es la incertidumbre, la certeza es una ilusión creada por la autoridad. Reconocer el carácter incierto de la vida conduce inmediatamente a la liberación del temor de la autoridad y de la autoridad del temor.

Persistir en la incertidumbre implica, por tanto, cuestionar las soluciones establecidas, inquirir sobre lo nuevo y lo antiguo, exigir respuestas más adecuadas a los hechos, dudar verdaderamente de la verdades humanas, afirmar el carácter ilusorio de las imágenes culturales, y no dar nada por concluido. Es decir, se trata de integrar la actitud de la filosofía socrática a la vida cotidiana como una exigencia natural del proceso continuo de despliegue de la diversidad.

Anclar en la incertidumbre, es integrar la actitud filosófica como una vivencia en la que nos damos cuenta de la realidad y podemos dar cuenta de ella interminablemente, y si el temor, como dice Krishnamurti, "es el movimiento de la certeza a la incertidumbre" nos habremos librado de su poder.

Sólo la persona libre de temor puede ser creativa. El temor impide descubrir la verdad y lo falso, torna reales toda clase de fantasmas y nos conduce por derroteros que nunca hubiésemos sospechado podríamos transitar. La liberación del temor permite la comunicación directa con la realidad al disipar los ilusiones ideológicas, las creencias y los prejuicios propios del condicionamiento cultural que interfieren la misma acción de ser e impiden la atención al nivel originario de la percepción. Libres del temor podemos captar las verdaderas relaciones de la vida y de las cosas y nuestro hacer no es distinto de nuestro ser ni del perpetuo cese y comienzo de la totalidad a la cual nos integramos como su manifestación creadora.

Tal es la urgente racionalidad de la creatividad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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